Soberbios, prepotentes, intolerantes e ignorantes; creemos
que nuestra forma de vivir es la que vale.
La gran mayoría estamos convencidos de
que nuestra forma de ver la vida es la correcta. Y que quienes ven
las cosas diferentes que nosotros están equivocados. De hecho, tenemos
tendencia a rodearnos de personas que piensan exactamente como nosotros,
considerando que estas son las únicas “cuerdas y sensatas”. Pero ¿sabemos de
dónde viene nuestra visión de la vida? ¿Nuestras creencias?, ¿estilo? ¿Costumbres?
¿Realmente podemos decir que es nuestra? ¿Acaso la hemos elegido
libre y voluntariamente?
Desde el día en que nacimos, nuestra
mente ha sido condicionada para pensar y comportarnos de acuerdo con las
opiniones, valores, creencias y aspiraciones de nuestro entorno social y
familiar. ¿Acaso hemos escogido el idioma con el que hablamos? ¿Y qué decir de
nuestro equipo de fútbol? En función del país y del barrio en el que hayamos
sido educados, ahora mismo nos identificamos con una cultura, una religión, una
política, una profesión u oficio y una moda determinada, igual que el resto de
nuestros vecinos. ¿Cómo veríamos la vida si hubiéramos nacido en una aldea de
un pueblo de Madagascar? Diferente, ¿no? Y entonces, ¿por qué nos aferramos a
una identidad prestada, de segunda mano, tan aleatoria como el lugar en el que
nacimos? ¿Por qué no cuestionamos nuestra forma de pensar? ¿Y qué consecuencias
tiene este hecho sobre nuestra existencia?
La
ignorancia es el germen de la infelicidad. Y ésta, la raíz desde la que
florecen el resto de nuestros conflictos y perturbaciones. No existe ni un solo
ser humano en el mundo que quiera sufrir de forma voluntaria. Las personas
queremos ser felices, pero en general no tenemos ni idea de cómo lograrlo. Y
dado que la mentira más común es la que nos contamos a nosotros mismos, en vez
de cuestionar nuestro sistema de creencias e iniciar un proceso de cambio
personal, la mayoría nos quedamos anclados en el victimismo, la indignación, la
impotencia o la resignación.
Muchos estamos perdidos en el arte de
vivir plenamente. ¿Y quién no lo está? Demasiada gente nos ha estado
confundiendo durante demasiados años, presionándonos y convenciéndonos para que
hagamos cosas que no nos conviene hacer para tener cosas que no necesitamos
tener. Observemos los resultados que estamos cosechando en las diferentes
dimensiones de nuestra existencia. ¿Qué vemos? Si nuestra vida carece de
sentido, reconozcámoslo. No nos engañemos más. Si nos sentimos vacíos,
asumámoslo. Dejemos de mirar hacia otro lado. El autoengaño es un déficit de
honestidad. Esta cualidad nos permite reconocer que nuestra vida está hecha un
lío porque nosotros nos sentimos así en la vida. A menos que admitamos que
tenemos un problema, nos será imposible solucionarlo. Lo único que conseguiremos
será crear nuevos problemas, cada vez más sofisticados.
La honestidad puede resultar muy
dolorosa al principio. Pero a medio plazo es muy liberadora. Nos permite
afrontar la verdad acerca de quiénes somos y de cómo nos relacionamos con
nuestro mundo interior. Así es como iniciamos el camino que nos conduce hacia
nuestro bienestar emocional. Cultivar esta virtud provoca una serie de efectos
terapéuticos. En primer lugar, disminuye el miedo a conocernos y afrontar
nuestro lado oscuro. También nos incapacita para seguir llevando una máscara
con la que agradar a los demás y ser aceptados por nuestro entorno social y
laboral.
A su vez, esta cualidad nos impide
seguir ocultando debajo de la alfombra nuestros conflictos emocionales. Así,
nos da fortaleza para cuestionarnos, identificando la falsedad y las mentiras
que pueden estar formando parte de nuestra vida. De pronto perdemos el interés
en justificarnos cada vez que alguien señala alguno de nuestros defectos. Y
aumenta nuestra motivación para desarrollar nuestro potencial como seres
humanos. En la medida que la honestidad se va integrando en nuestro ser,
sentimos frecuentes episodios de alivio por no tener que fingir ser quien no
somos.
En la medida que cultivamos la
modestia, nos será cada vez más fácil aprender de las equivocaciones que
cometemos, comprendiendo que los errores son necesarios para seguir creciendo y
evolucionando. Y cuanto más indagamos, mayor es el reconocimiento de nuestra
ignorancia, vislumbrando claramente el camino hacia la sabiduría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario