Matrimonio igualitario o su
abolición
Leyendo un
poco a Natalie
Mistral me encontré con este escrito relacionado con la tesis que he venido
defendiendo: Si no es para todo el mundo, hay que abolirlo. Me refiero a la institución del matrimonio.
La Constitución Política de
Colombia afirma en su artículo 42 que La familia es el núcleo fundamental de la
sociedad. Una afirmación aparentemente irrefutable, casi obvia. La cuestión es
¿de qué familia estamos hablando? La familia “monogámica y heterosexual”, tan
defendida por el Gran inquisidor Ordoñez, parece ser el modelo al cual se
refiere la Constitución.
No es el único modelo
posible. Contrariamente a lo que se afirma desde la institucionalidad burguesa,
el modelo “tradicional” no es universal; no siempre existió, no es igual en
todas partes ni quiere decir que no vaya a cambiar. La familia, si bien es la
más básica unidad de la organización social, es resultado de la evolución
histórica de cada sociedad.
¡Pérdidas de valores!,
¡abominación!, ¡corrupción de la sociedad! Estos son algunos de los
calificativos que comúnmente escuchamos cuando del estado de la sociedad se
trata. En realidad estamos constatando el cambio histórico de la estructura
familiar. Veamos más allá de un juicio de valor sobre si nos gusta o no el
cambio, para percibir la dialéctica de esta historia en pleno desarrollo. Reflexionar
sobre las variaciones socioculturales, científicas, económicas, etc., que hacen
necesaria la adecuación de la organización social a las necesidades humanas
reales de la época; cambios que a veces demandan romper con percepciones
fuertemente ancladas y pueden contener cierta violencia.
Desde el matrimonio
promiscuo y por grupo de las primeras etapas del desarrollo humano, de la
familia polígama y poliandra, a la familia monogamica patriarcal, el motor del
cambio fue el crecimiento de la capacidad de producción. Este provocó un
desequilibro en las relaciones de poder en favor del macho humano, que lo
llevaron a buscar la forma de asegurar la perpetuación de su propiedad. Impuso
entonces, no sin resistencia, la monogamia estricta a las mujeres con fin de
poder identificar su descendencia para hacerla heredera de su patrimonio.
Lo distintos cultos
cristianos y el capitalismo moderno han hecho de la familia “tradicional”
patriarcal la piedra angular del sistema económico moderno, incentivando hacia
lo extremo la división social y sexual del trabajo. Sobre este núcleo básico,
consolidado por la idea que es el único natural posible, se sostiene toda la
cultura capitalista. Nada raro entonces que genere tanto rechazo y polémica el
debate alrededor del matrimonio igualitario.
El hecho que dos personas
del mismo sexo puedan adquirir los numerosos derechos y deberes inherentes a
las parejas casadas no es solo un tema de libertad de unos o de buena moral de
otros; cambia la definición de la institución familiar.
Esto no significa que la
reivindicación del derecho al matrimonio de las parejas homosexuales responda a
un impulso revolucionario anticapitalista, se trata más bien, de un impulso
individual de integración dentro del sistema existente. Pues si es evidente que
la pertenencia sexual no define la posición política, el rechazo de las
diferencias por parte de los sectores más conservadores es, muchas veces,
detonador de rebeldía y puede conllevar a una mayor implicación
político-social.
La reivindicación de la
comunidad LGTBI del derecho a conformar un hogar legal, dentro de los
parámetros burgueses, es totalmente legítimo y comprensible. Se trata
sencillamente de lograr la “normalidad”, la aceptación social, dentro del
derecho a ser diferente. Pero se trata también de solucionar problemas
concretos y cotidianos, obteniendo los beneficios reales materiales de las parejas
casadas. Pues, la formalización de la unión entre 2 (y hasta más...) personas
que quieran formar una familia responde a la necesidad material de adquirir
derechos y beneficios legales, en términos fiscales y reproductivos, entre
otros. Estas reglas no son leyes naturales sino simples convenciones sociales.
En este sentido, tenemos el
deber moral de apoyar el derecho de cada cual a decidir sobre su cuerpo y su
destino. Pero nuestra lucha va más allá. La lucha anticapitalista se proyecta
en la construcción de una nueva sociedad cuyos valores son antítesis de la
hipocresía burguesa. El respeto real a la diferencia, la solidaridad, la
justicia verdadera que pasa por la justicia social y la dignidad deben ser
cimientos de esta nueva sociedad. Y para esto se debe repensar el concepto de
familia y de educación. Es decir, cambiar la idea misma del matrimonio.
El matrimonio, tal cual lo
conocemos ahora, es ante todo un contrato económico La noción de amor en las
parejas casadas, es prácticamente nuevo como ideal, fue incorporada, en las
sociedades occidentalizadas, solo muy recientemente como un factor determinante
en la elección de la pareja.
La función principal de la
familia sigue siendo la crianza de las nuevas generaciones. Lo que realmente está
cambiando es la composición familiar y los papeles que juegan los miembros de
una misma familia en la crianza de los hijos. Solamente en Colombia, donde las
diferentes culturas y tradiciones, de por si no siempre se adecuan a la forma
cristiano-burguesa de la familia, las necesidades económicas, la violencia
emanada del conflicto interno, la creciente urbanidad e incredulidad hacia las
religiones, son algunos de los factores que han influenciado los nuevos o
renovados tipos de familias como las mono-parentales, recompuestas, multigeneracionales
o extensas.
La multiplicación de lo que
antes eran casos particulares ha permitido que se levanten los tabúes y juicios
de valores sobre la capacidad de estas nuevas familias para criar su
descendencia. Sin embargo, estos nuevos modelos parentales generaron cambios
culturales que a su vez requieren de una evolución de la estructura social en
la organización de las responsabilidades educativas.
El desequilibrio actual
entre la familia de hecho y la institución, reforzado por la resistencia al
cambio de los sectores conservadores del poder, genera lo que muchos califican
como “pérdidas de valores”. Pues sí, hay una pérdida de los valores burgueses
que provocan un desfase entre los modelos todavía considerados válidos o
“buenos”, y el sentir y vivir de la gente. Son signos de la inconsistencia del
sistema capitalista y de la necesidad de reinventar el futuro.
Promover la transformación
igualitaria del tejido social y la modificación de las estructuras educativas,
destinadas a atender las nuevas necesidades colectivas, es repensar la noción
de familia sin ligarla a la de matrimonio. El contrato nupcial sería entonces
innecesario, porque si no es erga omnes, ¿Dónde queda el artículo 13 de la Constitución
Política que dice?: Todas las personas nacen libres e
iguales ante la ley, recibirán la misma protección y trato de las autoridades y
gozarán de los mismos derechos, libertades y oportunidades sin ninguna
discriminación por razones de sexo, raza, origen nacional o familiar, lengua,
religión, opinión política o filosófica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario