jueves, 6 de agosto de 2015

Matrimonio igualitario o su abolición

Matrimonio igualitario o su abolición

Leyendo un poco a Natalie Mistral me encontré con este escrito relacionado con la tesis que he venido defendiendo: Si no es para todo el mundo, hay que abolirlo.  Me refiero a la institución del matrimonio.
La Constitución Política de Colombia afirma en su artículo 42 que La familia es el núcleo fundamental de la sociedad. Una afirmación aparentemente irrefutable, casi obvia. La cuestión es ¿de qué familia estamos hablando? La familia “monogámica y heterosexual”, tan defendida por el Gran inquisidor Ordoñez, parece ser el modelo al cual se refiere la Constitución.
No es el único modelo posible. Contrariamente a lo que se afirma desde la institucionalidad burguesa, el modelo “tradicional” no es universal; no siempre existió, no es igual en todas partes ni quiere decir que no vaya a cambiar. La familia, si bien es la más básica unidad de la organización social, es resultado de la evolución histórica de cada sociedad.
¡Pérdidas de valores!, ¡abominación!, ¡corrupción de la sociedad! Estos son algunos de los calificativos que comúnmente escuchamos cuando del estado de la sociedad se trata. En realidad estamos constatando el cambio histórico de la estructura familiar. Veamos más allá de un juicio de valor sobre si nos gusta o no el cambio, para percibir la dialéctica de esta historia en pleno desarrollo. Reflexionar sobre las variaciones socioculturales, científicas, económicas, etc., que hacen necesaria la adecuación de la organización social a las necesidades humanas reales de la época; cambios que a veces demandan romper con percepciones fuertemente ancladas y pueden contener cierta violencia.
Desde el matrimonio promiscuo y por grupo de las primeras etapas del desarrollo humano, de la familia polígama y poliandra, a la familia monogamica patriarcal, el motor del cambio fue el crecimiento de la capacidad de producción. Este provocó un desequilibro en las relaciones de poder en favor del macho humano, que lo llevaron a buscar la forma de asegurar la perpetuación de su propiedad. Impuso entonces, no sin resistencia, la monogamia estricta a las mujeres con fin de poder identificar su descendencia para hacerla heredera de su patrimonio.
Lo distintos cultos cristianos y el capitalismo moderno han hecho de la familia “tradicional” patriarcal la piedra angular del sistema económico moderno, incentivando hacia lo extremo la división social y sexual del trabajo. Sobre este núcleo básico, consolidado por la idea que es el único natural posible, se sostiene toda la cultura capitalista. Nada raro entonces que genere tanto rechazo y polémica el debate alrededor del matrimonio igualitario.

El hecho que dos personas del mismo sexo puedan adquirir los numerosos derechos y deberes inherentes a las parejas casadas no es solo un tema de libertad de unos o de buena moral de otros; cambia la definición de la institución familiar.
Esto no significa que la reivindicación del derecho al matrimonio de las parejas homosexuales responda a un impulso revolucionario anticapitalista, se trata más bien, de un impulso individual de integración dentro del sistema existente. Pues si es evidente que la pertenencia sexual no define la posición política, el rechazo de las diferencias por parte de los sectores más conservadores es, muchas veces, detonador de rebeldía y puede conllevar a una mayor implicación político-social.
La reivindicación de la comunidad LGTBI del derecho a conformar un hogar legal, dentro de los parámetros burgueses, es totalmente legítimo y comprensible. Se trata sencillamente de lograr la “normalidad”, la aceptación social, dentro del derecho a ser diferente. Pero se trata también de solucionar problemas concretos y cotidianos, obteniendo los beneficios reales materiales de las parejas casadas. Pues, la formalización de la unión entre 2 (y hasta más...) personas que quieran formar una familia responde a la necesidad material de adquirir derechos y beneficios legales, en términos fiscales y reproductivos, entre otros. Estas reglas no son leyes naturales sino simples convenciones sociales.
En este sentido, tenemos el deber moral de apoyar el derecho de cada cual a decidir sobre su cuerpo y su destino. Pero nuestra lucha va más allá. La lucha anticapitalista se proyecta en la construcción de una nueva sociedad cuyos valores son antítesis de la hipocresía burguesa. El respeto real a la diferencia, la solidaridad, la justicia verdadera que pasa por la justicia social y la dignidad deben ser cimientos de esta nueva sociedad. Y para esto se debe repensar el concepto de familia y de educación. Es decir, cambiar la idea misma del matrimonio.
El matrimonio, tal cual lo conocemos ahora, es ante todo un contrato económico La noción de amor en las parejas casadas, es prácticamente nuevo como ideal, fue incorporada, en las sociedades occidentalizadas, solo muy recientemente como un factor determinante en la elección de la pareja.
La función principal de la familia sigue siendo la crianza de las nuevas generaciones. Lo que realmente está cambiando es la composición familiar y los papeles que juegan los miembros de una misma familia en la crianza de los hijos. Solamente en Colombia, donde las diferentes culturas y tradiciones, de por si no siempre se adecuan a la forma cristiano-burguesa de la familia, las necesidades económicas, la violencia emanada del conflicto interno, la creciente urbanidad e incredulidad hacia las religiones, son algunos de los factores que han influenciado los nuevos o renovados tipos de familias como las mono-parentales, recompuestas, multigeneracionales o extensas.
La multiplicación de lo que antes eran casos particulares ha permitido que se levanten los tabúes y juicios de valores sobre la capacidad de estas nuevas familias para criar su descendencia. Sin embargo, estos nuevos modelos parentales generaron cambios culturales que a su vez requieren de una evolución de la estructura social en la organización de las responsabilidades educativas.
El desequilibrio actual entre la familia de hecho y la institución, reforzado por la resistencia al cambio de los sectores conservadores del poder, genera lo que muchos califican como “pérdidas de valores”. Pues sí, hay una pérdida de los valores burgueses que provocan un desfase entre los modelos todavía considerados válidos o “buenos”, y el sentir y vivir de la gente. Son signos de la inconsistencia del sistema capitalista y de la necesidad de reinventar el futuro.

Promover la transformación igualitaria del tejido social y la modificación de las estructuras educativas, destinadas a atender las nuevas necesidades colectivas, es repensar la noción de familia sin ligarla a la de matrimonio. El contrato nupcial sería entonces innecesario, porque si no es erga omnes, ¿Dónde queda el artículo 13 de la Constitución Política que dice?: Todas las personas nacen libres e iguales ante la ley, recibirán la misma protección y trato de las autoridades y gozarán de los mismos derechos, libertades y oportunidades sin ninguna discriminación por razones de sexo, raza, origen nacional o familiar, lengua, religión, opinión política o filosófica.

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